Casi siempre se debe a una higiene deficiente o problemas dentales, puertas de entrada a bacterias especializadas en descomponer los restos de comida, mucosas o saliva que quedan pegados en los dientes.
Su actividad produce ácidos grasos y compuestos sulfurados volátiles, como el ácido butírico y la putrescina, respectivamente. El sarro y la caries acostumbran a estar detrás de la fetidez del aliento.
Así pues, la halitosis no es contagiosa, aunque teóricamente sea posible transmitir los microorganismos responsables del nauseabundo olor; a través de los besos, por ejemplo. Lo que ocurre es que los pequeños invasores sólo proliferarían en un ambiente de por sí malsano.
El dueño de una boca limpia y libre de problemas puede repartir besos sin miedo… siempre que su sensibilidad olfativa se lo permita.